martes, 16 de octubre de 2012

The Treatment



La víspera del ataque el tiempo transcurría de manera lenta, no se podría decir que reposada puesto que los acontecimientos que iban a suceder no eran motivo de tranquilidad. La ansiedad tomó control, y debido a la acumulada en los meses anteriores, todo su cuerpo fue invadido por la incomodidad y tensión que se avecina ante semejante lucha.
Sus sueños siguieron la línea de guerra trazada los últimos días, meses diría: violentos, angustiosos, donde escapa de la muerte por instantes, pero lo que era casi peor, paradójicamente, es que cuanto más miedo sentía era cuando sus sueños lo convertían en juez y verdugo, ya que era él el que sesgaba aquello que en ese momento tanto deseaba, a lo que se quería agarrar con dedos de hierro: la vida.
De paradojas está lleno el mundo, de los vivos y los muertos, y antes del comienzo de la primera batalla donde la muerte iba a ser la protagonista, decidió donar vida, preservar su estirpe de posibles finales dramáticos, que en una guerra tienden a ser numerosos. Tuvo que escarbar en su imaginación en busca de la excitación, del deseo pero claro, si de paradojas hablamos, que momento más falto de sensualidad se equipara al previo a la lucha, se iguala el saber que la necesidad de ese deber que se ha llevar a cabo es tan necesario que tu descendencia depende de ello. Pero la fuerza del ser humano va mas allá del raciocinio, del deseo y la excitación, lo que se ha de hacer, se ha de hacer y punto.
Llegó con la primera luz de la mañana, esa luz blanca y radiante que nada tiene que ver con la tonalidad amarilla propia del Sol; Esa blancura le cegaba y llenaba de valor a la vez, le encumbraba a un estadio más alto del suelo; Una fuerza incapaz de palpar físicamente, pero sí de asirla con el corazón. Su pecho se lleno de esa luz y sus oídos se rebosaban de estruendoso silencio. Creyó que soñaba, miró a su alrededor, ajeno, perdido, y pensó porqué estaba él ahí. Una pequeña nube ocultó el resplandor, cortó el flujo de energía entre él y la luz que tanta fuerza le aportaba; Esa nube que nunca deseó, pero que siempre le acompañaba y, posiblemente, le acompañaría el resto de sus días, fuesen cuales fuesen los que le quedaban.
Minutos antes trató de arengar a todas sus tropas, le pertenecían, dependían de él en muchos aspectos, sabía que muchos morirían, que otros quedarían inservibles para siempre, pero de su poder y fuerza dependía la victoria de la guerra. Respiró profundo, ordenó callar al Mando Mayor y concentro toda su fuerza y confianza en la Fuente suprema; Ésta era la que iba a proveer de todo lo necesario a sus dotes de guerreros para la batalla: valor, pasión, coraje, fuerza y todas las armas necesarias para conseguirlo: hachas, machetes, lanzas, escudos… Lo segundo sin lo primero es inservible. El mando Mayor se rebelaría, él lo sabía, era cuestión de tiempo, no le gustaba que se llevasen a cabo labores de guerra sin su consentimiento y sin su aprobación. De eso estaba seguro, pero por supuesto, también tenía un plan para librarse de él, para calmarlo y sumirlo en una somnolencia tal que no interferiría.
Permanecían a las puertas de la primera batalla, consiguió que la luz blanca, fuerte y poderosa abarcase todo lo amplio del campo de batalla; eso insufló de ánimo a las tropas que ya se disponían a empuñar sus escudos para detener el primer ataque. A lo lejos se oían las maquinas enemigas ponerse en marcha. De paradojas parece que está hecha esta concreta batalla, ya que ante tantas se ha enfrentado: Él creó esta batalla, sin quererlo por supuesto, y gracias a él morirían muchos, pero de esa muerte “necesaria” nacería de nuevo la vida, una nueva y limpia, un nuevo mañana. Sin sufrimiento no hay conquista, pues en este caso la conquista será grande, solía pensar, y en eso confiaba. Otra paradoja en la que tomó su tiempo en meditar, era en la que ese mismo fuego invasor les ayudaría a matar al enemigo, pero también morirían muchos de los suyos, un “fuego amigo” con daños colaterales, por así decirlo. Con lo que tras acabar con el enemigo, tarea no muy trabajosa ni ardua, se limitarían a protegerse de ese fuego amigo e intentar no sucumbir en todos los flancos.
Antes de que comenzase el fuego amigo, ordenó a la Luz hacer un chequeo y la mandó cubrir todo el campo de batalla, de arriba abajo, centímetro por centímetro, que no quedase ni un rincón sin cubrir; La batalla había comenzado, se ordenó a la Luz blanca reforzar los flancos, el Mando Mayor aportó la concentración necesaria para que las tropas pudiesen hacer frente a batalla de semejante calado, y por supuesto, la Fuente Suprema aceleró el envío de tropas, barreras para alicatar las defensas de las tropas en cada espacio en el que se luchaba. La primera descarga hizo palpitar a todas las tropas, pero cuando el fuego abrasador hubo finalizado, todos se miraron y rieron viendo que ésta, había sido una victoria sencilla.
Tras salir de su tienda, y dejar atrás las arengas de ánimos de los batallones, se sentó y trató de relajarse, ya que sabía que sólo había sido la primera de muchas, de algunas duras y otras no tanto, de momentos de fragilidad y donde el deseo de dejarlo todo se impondría a la cordura. No quiso pensar, sólo confiar en todo lo que le rodeaba, de esa fuerza tan tremenda que acertaba a presuponer en cada uno de sus soldados: ese era el sentido de todo, en confiar en lo que le había sido dado, en todo aquello con lo que contaba para alzarse con la victoria, y así lo hizo.
El segundo día de batalla contó con algunas armas secretas, el Agua de la vida. Se encargaba de rociar a todas sus tropas antes de que despertasen, y cuando la primera luz del alba asomaba y avisaba de que era hora de prepararse, esa Agua mágica bañaría a todos y cada uno de sus soldados. Cuando el fuego abrasador les invadió de nuevo, todavía las defensas aguantaron: La luz blanca apagó algún conato de incendio, el Agua mágica hizo el resto. De momento todo iba sobre ruedas, los rugidos de sus soldados aguantando la artillería, cómo gritaban aguantando sus escudos, las fuerzas indómitas con las que esperaban el chaparrón de calor le insuflaban a él mismo una especie de ánimo divino, de aquello que no se acierta a explicar con palabras, pero que si pones la mano en el pecho lo sientes, caluroso y latente.
Las batallas se prorrogaron día tras día. Las fuerzas menguaron proporcionalmente a la hostilidad del fuego abrasador. No daba tregua, el Agua mágica seguía llegando sin descanso, las defensas no arreciaban de mandar más y mas ayuda, con origen en la Fuente suprema que bombardeaba víveres y armas por doquier. La luz Blanca lo invadía todo en los momentos más sutiles y terribles; EL mando mayor comenzaba a dar síntomas de debilidad, pero en esos momentos él tomaba los mandos y traspasaba todo el poder a la Fuente Suprema, y con su ayuda, las ordenes, ánimos y fuerzas morales llegaban a cada rincón de sus tropas, que gritaban fervientemente, sin descanso, sin un ápice de cansancio ni desmoralización.
A medida que los días pasaban, lo que tan fácil parecía, ese ánimo tan esencial fue mermando, se iba agotando como el agua en un cubo roto, despacio pero imparable; Se estaba ganando la guerra, sin duda, pero odiaba esa falta de rigor, de carisma del Mando Mayor, que siempre se encargaba de describirlo todo con falsos decaimientos, y no dotaba de moral a las tropas, tantas veces dudaba de él, que hacía bien en trasladar todo el poder a la Fuente suprema. Nunca había conseguido confiar en ella plenamente, de hecho esta guerra le enseñó eso entre otras muchísimas cosas: La pasión siempre es más útil que la razón.
Y de esta manera pasaron los días, toda su energía se iba en insuflar ánimos, en no decaer; las buenas noticias llegaban, pero también iban menguando las fuerzas de sus soldados, pero el grueso de los batallones aguantaban estoicamente, danzaban con el fuego aún a sabiendas de que probablemente sería lo último que hiciesen, pero era lo que se esperaba de ellos y para lo que tanto se habían entrenado durante años.
Grandes devastaciones causó el Fuego abrasador, muchos cayeron. De los enemigos todos, de los amigos muchos, pero se ganó la batalla. Hubo cantidades ingentes de heridos, quemaduras, y con el tiempo se sabrá el alcance de los daños, pero él sabía que se hizo lo que se tuvo que hacer, que los daños sería nimiedades en comparación con lo que se había conseguido. Hizo lo correcto en confiar en sus tropas, dotadas de la fuerza y rabia que hacía falta, de las ganas brutales e imparables de que el Mal no venciese y el cambio llegase a la vida de todos, puesto que esta guerra supondría un giro radical, una rebelión que había sido acallada y la cuál había enseñado a todos y cada uno de ellos el valor de la lucha, de la fe, de la confianza en todo aquello que surge de la pasión por la vida.
Ciertas cosas no cambiarían jamás, las altas esferas continuarían en el mismo lugar, pero si ellos, el brazo ejecutor de las ordenes confiaban en quién debían, podrían con cualquier enemigo sin lugar a dudas. Y por supuesto confiaban en su Comandante, él los había llevado a esta guerra que nadie quiso, pero que tampoco se pudo evitar, un mal necesario se diría en los libros de historia; Algo que hubo de suceder para levantar al pueblo en armas, para abrir los ojos y ver que para que todo continuase siendo igual, todo tendría que cambiar; La evolución de lo esencial, la vida en estado puro es lo que aguardaba tras el humo gris del Fuego abrasador en ciernes de extinguirse.

2 comentarios:

  1. "La evolucion de lo esencial " ... de la esencia profunda y pura del ser humano individual ,la que posiblemente compartimos con la divinidad, con los seres divinos del Universo, esencia curtida en mil batallas a lo largo de mil vidas...Cuando se es consciente de esa esencia todo esta ganado, o perdido, nunca se sabe. Los tratados misticos de los luchadores orientales(El Aikido...) lo explican bien ...¡parece que en otra vida tu sabias algo de esto!...

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  2. Vaya! No eres la primera persona que me lo dice, alguien me ha afirmado que soy muy oriental en esa esencia...Quien sabe! De momento me gusta mucho la comida japonesa! ;)). Gracias.

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