La víspera del ataque el tiempo transcurría de manera lenta,
no se podría decir que reposada puesto que los acontecimientos que iban a
suceder no eran motivo de tranquilidad. La ansiedad tomó control, y debido a la
acumulada en los meses anteriores, todo su cuerpo fue invadido por la
incomodidad y tensión que se avecina ante semejante lucha.
Sus sueños siguieron la línea de guerra trazada los últimos
días, meses diría: violentos, angustiosos, donde escapa de la muerte por instantes,
pero lo que era casi peor, paradójicamente, es que cuanto más miedo sentía era
cuando sus sueños lo convertían en juez y verdugo, ya que era él el que sesgaba
aquello que en ese momento tanto deseaba, a lo que se quería agarrar con dedos
de hierro: la vida.
De paradojas está lleno el mundo, de los vivos y los
muertos, y antes del comienzo de la primera batalla donde la muerte iba a ser
la protagonista, decidió donar vida, preservar su estirpe de posibles finales
dramáticos, que en una guerra tienden a ser numerosos. Tuvo que escarbar en su
imaginación en busca de la excitación, del deseo pero claro, si de paradojas
hablamos, que momento más falto de sensualidad se equipara al previo a la
lucha, se iguala el saber que la necesidad de ese deber que se ha llevar a cabo
es tan necesario que tu descendencia depende de ello. Pero la fuerza del ser
humano va mas allá del raciocinio, del deseo y la excitación, lo que se ha de
hacer, se ha de hacer y punto.
Llegó con la primera luz de la mañana, esa luz blanca y radiante
que nada tiene que ver con la tonalidad amarilla propia del Sol; Esa blancura
le cegaba y llenaba de valor a la vez, le encumbraba a un estadio más alto del
suelo; Una fuerza incapaz de palpar físicamente, pero sí de asirla con el
corazón. Su pecho se lleno de esa luz y sus oídos se rebosaban de estruendoso
silencio. Creyó que soñaba, miró a su alrededor, ajeno, perdido, y pensó porqué
estaba él ahí. Una pequeña nube ocultó el resplandor, cortó el flujo de energía
entre él y la luz que tanta fuerza le aportaba; Esa nube que nunca deseó, pero
que siempre le acompañaba y, posiblemente, le acompañaría el resto de sus días,
fuesen cuales fuesen los que le quedaban.
Minutos antes trató de arengar a todas sus tropas, le
pertenecían, dependían de él en muchos aspectos, sabía que muchos morirían, que
otros quedarían inservibles para siempre, pero de su poder y fuerza dependía la
victoria de la guerra. Respiró profundo, ordenó callar al Mando Mayor y
concentro toda su fuerza y confianza en la Fuente suprema; Ésta era la que iba
a proveer de todo lo necesario a sus dotes de guerreros para la batalla: valor,
pasión, coraje, fuerza y todas las armas necesarias para conseguirlo: hachas,
machetes, lanzas, escudos… Lo segundo sin lo primero es inservible. El mando Mayor
se rebelaría, él lo sabía, era cuestión de tiempo, no le gustaba que se
llevasen a cabo labores de guerra sin su consentimiento y sin su aprobación. De
eso estaba seguro, pero por supuesto, también tenía un plan para librarse de
él, para calmarlo y sumirlo en una somnolencia tal que no interferiría.
Permanecían a las puertas de la primera batalla, consiguió
que la luz blanca, fuerte y poderosa abarcase todo lo amplio del campo de
batalla; eso insufló de ánimo a las tropas que ya se disponían a empuñar sus
escudos para detener el primer ataque. A lo lejos se oían las maquinas enemigas
ponerse en marcha. De paradojas parece que está hecha esta concreta batalla, ya
que ante tantas se ha enfrentado: Él creó esta batalla, sin quererlo por
supuesto, y gracias a él morirían muchos, pero de esa muerte “necesaria”
nacería de nuevo la vida, una nueva y limpia, un nuevo mañana. Sin sufrimiento
no hay conquista, pues en este caso la conquista será grande, solía pensar, y
en eso confiaba. Otra paradoja en la que tomó su tiempo en meditar, era en la
que ese mismo fuego invasor les ayudaría a matar al enemigo, pero también
morirían muchos de los suyos, un “fuego amigo” con daños colaterales, por así
decirlo. Con lo que tras acabar con el enemigo, tarea no muy trabajosa ni
ardua, se limitarían a protegerse de ese fuego amigo e intentar no sucumbir en
todos los flancos.
Antes de que comenzase el fuego amigo, ordenó a la Luz hacer
un chequeo y la mandó cubrir todo el campo de batalla, de arriba abajo,
centímetro por centímetro, que no quedase ni un rincón sin cubrir; La batalla
había comenzado, se ordenó a la Luz blanca reforzar los flancos, el Mando Mayor
aportó la concentración necesaria para que las tropas pudiesen hacer frente a
batalla de semejante calado, y por supuesto, la Fuente Suprema aceleró el envío
de tropas, barreras para alicatar las defensas de las tropas en cada espacio en
el que se luchaba. La primera descarga hizo palpitar a todas las tropas, pero
cuando el fuego abrasador hubo finalizado, todos se miraron y rieron viendo que
ésta, había sido una victoria sencilla.
Tras salir de su tienda, y dejar atrás las arengas de ánimos
de los batallones, se sentó y trató de relajarse, ya que sabía que sólo había
sido la primera de muchas, de algunas duras y otras no tanto, de momentos de
fragilidad y donde el deseo de dejarlo todo se impondría a la cordura. No quiso
pensar, sólo confiar en todo lo que le rodeaba, de esa fuerza tan tremenda que
acertaba a presuponer en cada uno de sus soldados: ese era el sentido de todo,
en confiar en lo que le había sido dado, en todo aquello con lo que contaba
para alzarse con la victoria, y así lo hizo.
El segundo día de batalla contó con algunas armas secretas,
el Agua de la vida. Se encargaba de rociar a todas sus tropas antes de que
despertasen, y cuando la primera luz del alba asomaba y avisaba de que era hora
de prepararse, esa Agua mágica bañaría a todos y cada uno de sus soldados.
Cuando el fuego abrasador les invadió de nuevo, todavía las defensas
aguantaron: La luz blanca apagó algún conato de incendio, el Agua mágica hizo
el resto. De momento todo iba sobre ruedas, los rugidos de sus soldados
aguantando la artillería, cómo gritaban aguantando sus escudos, las fuerzas
indómitas con las que esperaban el chaparrón de calor le insuflaban a él mismo
una especie de ánimo divino, de aquello que no se acierta a explicar con
palabras, pero que si pones la mano en el pecho lo sientes, caluroso y latente.
Las batallas se prorrogaron día tras día. Las fuerzas
menguaron proporcionalmente a la hostilidad del fuego abrasador. No daba
tregua, el Agua mágica seguía llegando sin descanso, las defensas no arreciaban
de mandar más y mas ayuda, con origen en la Fuente suprema que bombardeaba víveres
y armas por doquier. La luz Blanca lo invadía todo en los momentos más sutiles
y terribles; EL mando mayor comenzaba a dar síntomas de debilidad, pero en esos
momentos él tomaba los mandos y traspasaba todo el poder a la Fuente Suprema, y
con su ayuda, las ordenes, ánimos y fuerzas morales llegaban a cada rincón de
sus tropas, que gritaban fervientemente, sin descanso, sin un ápice de
cansancio ni desmoralización.
A medida que los días pasaban, lo que tan fácil parecía, ese
ánimo tan esencial fue mermando, se iba agotando como el agua en un cubo roto,
despacio pero imparable; Se estaba ganando la guerra, sin duda, pero odiaba esa
falta de rigor, de carisma del Mando Mayor, que siempre se encargaba de
describirlo todo con falsos decaimientos, y no dotaba de moral a las tropas,
tantas veces dudaba de él, que hacía bien en trasladar todo el poder a la
Fuente suprema. Nunca había conseguido confiar en ella plenamente, de hecho
esta guerra le enseñó eso entre otras muchísimas cosas: La pasión siempre es más
útil que la razón.
Y de esta manera pasaron los días, toda su energía se iba en
insuflar ánimos, en no decaer; las buenas noticias llegaban, pero también iban
menguando las fuerzas de sus soldados, pero el grueso de los batallones
aguantaban estoicamente, danzaban con el fuego aún a sabiendas de que
probablemente sería lo último que hiciesen, pero era lo que se esperaba de
ellos y para lo que tanto se habían entrenado durante años.
Grandes devastaciones causó el Fuego abrasador, muchos
cayeron. De los enemigos todos, de los amigos muchos, pero se ganó la batalla.
Hubo cantidades ingentes de heridos, quemaduras, y con el tiempo se sabrá el
alcance de los daños, pero él sabía que se hizo lo que se tuvo que hacer, que
los daños sería nimiedades en comparación con lo que se había conseguido. Hizo
lo correcto en confiar en sus tropas, dotadas de la fuerza y rabia que hacía
falta, de las ganas brutales e imparables de que el Mal no venciese y el cambio
llegase a la vida de todos, puesto que esta guerra supondría un giro radical,
una rebelión que había sido acallada y la cuál había enseñado a todos y cada
uno de ellos el valor de la lucha, de la fe, de la confianza en todo aquello
que surge de la pasión por la vida.
Ciertas cosas no cambiarían
jamás, las altas esferas continuarían en el mismo lugar, pero si ellos, el
brazo ejecutor de las ordenes confiaban en quién debían, podrían con cualquier
enemigo sin lugar a dudas. Y por supuesto confiaban en su Comandante, él los
había llevado a esta guerra que nadie quiso, pero que tampoco se pudo evitar,
un mal necesario se diría en los libros de historia; Algo que hubo de suceder
para levantar al pueblo en armas, para abrir los ojos y ver que para que todo
continuase siendo igual, todo tendría que cambiar; La evolución de lo esencial,
la vida en estado puro es lo que aguardaba tras el humo gris del Fuego
abrasador en ciernes de extinguirse.
"La evolucion de lo esencial " ... de la esencia profunda y pura del ser humano individual ,la que posiblemente compartimos con la divinidad, con los seres divinos del Universo, esencia curtida en mil batallas a lo largo de mil vidas...Cuando se es consciente de esa esencia todo esta ganado, o perdido, nunca se sabe. Los tratados misticos de los luchadores orientales(El Aikido...) lo explican bien ...¡parece que en otra vida tu sabias algo de esto!...
ResponderEliminarVaya! No eres la primera persona que me lo dice, alguien me ha afirmado que soy muy oriental en esa esencia...Quien sabe! De momento me gusta mucho la comida japonesa! ;)). Gracias.
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