martes, 27 de noviembre de 2012

El tiempo que se fue



-¿Crees que se acordarán de nosotros? Le preguntó Ugalinda a Anatron. La sensación le incomodaba, pues no recordaba haberla sentido nunca, pues cuando embarcaron eran tan niños, que la ansiedad no les había alcanzado nunca.
-Imagino que sí, ellos siempre han tenido ese defecto, vivir en el pasado y rememorarlo por siempre. Le respondió Anatron, con una linealidad en su hablar que más bien parecía que era un robot el que hablaba. Ambos miraban a las pantallas brillantes delante de ellos, mientras la velocidad de la nave iba perdiendo fuerza a pesar de estar todavía a miles de Kilómetros de la tierra.
La sala de la nave rebosaba de Captados como Ugalinda y Anatron, de la misma edad y todos expectantes a las pantallas. La contabilidad del tiempo se había disipado desde que embarcaron, hacía ya mucho tiempo, tanto en años terrestres como en el tiempo imperecedero por el que se regían desde que llegaron al planeta Sincronio.  Anatron se mantenía impávido, aséptico a las emociones que podría albergar respecto a la vuelta al planeta que lo vio nacer y quizá reencontrarse con sus Creadores, o eso pensaba Ugalinda. Ella, sin embargo, intentó rememorar las caras de aquellos que le dieron la vida, pero no lo conseguía, y volvió de nuevo la sensación de incomodidad, que empezaba a ponerla nerviosa. Quizá no sea buena idea regresar, pensó.
La idea se la plantearon a los Sincrones que se encargaron tanto de captarlos aquél verano ya perdido en la memoria colectiva, como de instruirles en la vida Sincronia y su percepción del tiempo. EL planeta Sincronio carecía de pasado, algo que sucede cuando éste se remonta a tiempos tan remotos que es imposible calcularlo de manera lógica y matemática.
Desde aquel verano en el que embarcaron en la Sincronio I, el tiempo quedó relegado a un lugar donde nadie le prestaba atención, se les hizo extraño en un primer momento, pero poco a poco comenzaron a acostumbrarse a la ausencia de los parámetros temporales que siempre habían regido su vida en la Tierra. Todos los Captados crecieron de manera aleatoria, y el modo de establecer quién cumplía años era a través de los cambios corporales, los cuáles aún así, se produjeron de manera diferente en unos y otros. Lo cierto es que todos cesaron su desarrollo en el mismo momento. Las pruebas que les hacían los Sincrones en las múltiples salas experimentales  al principio eran engorrosas, pero duraban poco y luego les permitían todo el tiempo del mundo para jugar con todos, tanto Captados como Originarios. Era divertido intentar jugar a juegos que paulatinamente comenzaron a olvidar, a medida que esas pruebas hacían efecto. Unas veces crecían en una semana lo que deberían haberlo hecho en un año, y luego, algunos, permanecían una larga temporada sin que se produjese en ellos el mínimo cambio fisiológico. A ellos, en definitiva, les traía sin cuidado, pues el tiempo era algo que no les preocupaba en absoluto.
Hasta que los sueños de Ugalinda comenzaron a inquietarla. Soñaba con caras que no reconocía o no recordaba, ya no estaba segura. Intentó contárselos a Anatron, pero éste había escalado en la cadena de mando en el Planeta Sincronio, y le era ajeno cualquier asunto que no incumbiese a sus tareas. Pero él sentía una especial predilección por Ugalinda desde el primer día que se vieron en la sala de Juegos de la Nave SIncronio I; Parecía que habían pasado siglos de aquello. Intentaba restarle importancia a esos sueños estúpidos, pero Ugalinda estaba inquieta y muy rara, por lo que Anatron aceptó ayudarla con tal de que volviese a ser la de siempre, carente de las angustias terrenales  de las que tanto les habían prevenido los Profesores Sincrones.
Sentado a los mandos de la nave Sincronio II, y al ver el planeta Tierra acercarse a lo lejos, Anatron empezó a sentir cierta angustia, hasta el punto de estar tentado de dar la orden de volver a SIncronio, pero al mirar a Ugalinda sintió y comprendió que lo haría todo por ella; No sabía que era aquello que le estaba pasando, pero algo se había instalado en su estomago que le inquietó y sedujo a partes iguales.
Los sincrones les disuadieron de llevar a cabo el trayecto; Trataron de hacerles entender que quizá no fuesen capaces de comprender la intemporalidad que suponía volver a su lugar de origen, pues el tiempo terrenal es siempre retroactivo. Muchos Captados comenzaron a recordar soñando, no sólo Ugalinda. Otros decían que soñaban con recuerdos, abrumados por sentir algo que no podían controlar, e incluso entender. La iniciativa de Ugalinda les pareció una gran idea, y la unanimidad de todos ellos fue suficiente para que los SIncrones les permitiesen llevar a cabo el trayecto, no sin antes intentar, con poco éxito, disuadirles de encarar lo que sus mentes no están preparadas.
En la sala de la Sincronio II donde se reunieron todos los Captados se llenó de un alboroto creciente, a medida que el planeta Tierra se acercaba. Esa emoción les abrumó a todos pues no la conocían, no estaban familiarizados con una cantidad de emociones y sentimientos que, a medida que la nave avanzaba, les invadían las entrañas. Anatron sudaba y Ugalinda le agarró la mano, él la miró y ella le vio sonreír por primera vez en mucho tiempo, y pensó que se estaban acercando a un nuevo día, a algo que tenían escondido en lo más recóndito de sus mentes terrenales y racionales y que al salir a la superficie, le invadía todos los sentidos.
La pelota azul y marrón estaba delante de sus narices, traspasaron la zona gravitatoria de la tierra y dentro de la nave todos gritaban y se abrazaban. Anatron y Ugalinda no se soltaron las manos. Las coordenadas insertadas indicaban el mismo lugar donde habían sido recogidos. El retroceso de la nave y la parada llenaron el lugar exterior que rodeaba a la nave de una polvareda que se aupó envolviéndola, no dejando ver nada del exterior. Una vez tomaron tierra, todos se arremolinaron en la compuerta de salida, dándose empujones y abrazos; Algunos se besaban, se subían a hombros y súbitamente la compuerta comenzó a descender con un sonido estruendoso. Ugalinda sintió un nudo en el estomago, que no supo discernir que era exactamente, y se vio asiendo la mano de Anatron con tanta fuerza que le costó soportar la presión.
Los primeros Captados saltaron la compuerta, sin poder esperar a su apertura total, desapareciendo en el humo levantado por la nave; Una vez bajada la compuerta completamente, el resto salieron en estampida, desapareciendo tras la humareda. Anatron y Ugalinda comenzaron a dar pasos tímidos hacia el exterior, cogidos de la mano e intentando respirar el aire terrestre con normalidad, pero su angustia no se lo permitía del todo. Según bajaron la rampa se sintieron muy cansados, no oían nada y a medida que el polvo se disipó, una llanura seca y desértica apareció ante ellos, donde antaño se erguían bosques y praderas verdes. Una vez pusieron los pies en el suelo de la superficie terrestre el cansancio se acrecentó, su espalda se corvó y sus manos se sintieron duras y huesudas. Alrededor de ellos sólo vieron polvo y huesos mezclados con la tierra seca. Ugalinda se giró y observó el rostro de Anatron, que la miró a su vez. Ambos rostros eran difícilmente reconocibles, las arrugas surcaban lo que antaño fue el rostro del tiempo imperecedero, y los ojos cada vez mas ocultos en las cuencas se miraron por última vez, sonrieron, y en un acto de despedida, se abrazaron uniéndose al polvo de la Tierra.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Libertad



La portada del libro le invitó a comprarlo, sin él saber que dicha invitación ostentosa lo llevaría al lugar al que siempre quiso ir. Se sumió en sus páginas, ansiándolas de tal manera que no se dio cuenta que sus pies se desdibujaban dentro de sus calcetines, los cuales se deshinchaban a su vez dentro de los zapatos que lo mantenían pegado al suelo. A la altura del capítulo 3, fueron los pantalones quienes comenzaron a echar en falta el molde de las piernas, plegándose las perneras sobre sí mismas a falta de las columnas rígidas que antes las sustentaban. La mitad del libro trajo consigo la desintegración física del tronco en su conjunto, sin ser apercibido por aquél que estaba dejando de Ser, al menos en ese lugar y momento; Pero no por ello cejó en su lectura, que lo devoraba en vida, y cuanto más se sumía en las páginas inertes de la historia viva, menos percepción de si mismo tenía. Se acercó al prefacio del desenlace perdiendo las manos, incapaces de asir la vida que se escurría hacia aquel lugar que tanto ansiaba; Sus ojos insertados en su cabeza continuaron procesando la lectura, y al llegar a la última palabra que trajo consigo el final, pudo descansar, desaparecido, no sin antes deleitarse con la felicidad del que se encuentra a si mismo.