Me gustaba que él pensase que un libro tan importante y
célebre nos describiese, y no es sólo que él lo creyese a pies juntillas, si no
que yo empecé a hacerlo también; Es cierto que en ocasiones me confesaba que le
recordaba a mí, y que cuando estaba lejos con el camión, en algún lúgubre motel
de carretera le gustaba leerlo y pensar en mi. Esas palabras me reconfortaban,
no voy a mentir ¿A qué mujer no le sucedería lo mismo?
Cuanto tiempo ha pasado, da vértigo pensarlo. Son todo
recuerdos vagos, aquellos días en que a una chica de provincias como yo la
entusiasmaba que un chico joven como él, la leyese algo bonito como eran
aquellas palabras, y no eran las únicas ¿eh? No creáis, siempre tuvo mucha
soltura para salirse con la suya: si posaba los ojos en algo no cejaba en su
empeño hasta que lo conseguía. Yo la verdad es que siempre envidié esa
personalidad suya, si es cierto que sólo por momentos. Desde el instante en que
nos conocimos ya comenzó a llamarme “mi Dulcinea del Toboso”. En el pueblo
muchos de los chicos y chicas se burlaban y a él se le llevaban los demonios, y
a veces perdía el control, pero a mí no me importaban las burlas; Decidí
ignorarlas, era una Doncella, estaba por encima de los plebeyos y campesinos de
la estepa manchega, jajajajaj. Me encantaba sentirme así, y él conseguía
trasladarme a ese estado de placidez y de cuento de hadas.
Decidimos casarnos pronto, a él lo destinaron a Madrid con
un contrato fijo y un pisito muy mono. Sólo no lo aceptaría, pero con su doncella
iría a cualquier lado, ¿Cómo le iba a decir que no? Nos lanzamos a la aventura
como el caballero andante que se lanzó contra los molinos...No nos importaba el
futuro, sólo nuestro presente y no era otro que estar juntos. Éramos tan
felices, todo era nuevo: la ciudad, la gente, incluso las decisiones ya eran
diferentes, pues había que tomarlas entre los dos, aunque para ser sincera, su
voz valía más que la mía a la hora de decidir cosas importantes. A decir
verdad, lo de cosas importantes era relativo, ya sabéis como son las mujeres
con sus cosas, toda decisión es transcendental, incluso la elección del mantel
del domingo. Una vez oí una frase que resumía lo que yo sentía por entonces “El
hombre toma las decisiones sobre las cosas importantes, y la mujer decide qué
es lo importante”. Es buena ¿verdad? Y de hecho, así fue durante un tiempo.
Hasta que mi Caballero se desprendió de la noble armadura, y
consiguió sorprenderme, en el más ridículo y aséptico sentido de la palabra.
Dejó de ser para mi ese rincón donde uno se recuesta en busca de algo de paz y
redención que otorga esos momentos en este mundo de locos. EL demonio le
poseyó, quizá yo lo vi venir, pero el amor ciega, eso dicen ¿no? A mí no sólo
me cegó el amor, yo creo que la vida no tenía demasiada fe en mi, ya que las
decisiones que tomé no siempre fueron las correctas; Y a pesar de la ceguera en
la que siempre he deambulado, eso sí lo sé ver ahora, justo en este momento en
el que no siento nada, no veo, la
oscuridad me rodea y mi cuerpo no responde a mis llamadas, nadie contesta mis
suplicas, intento exteriorizarlas, pero creo que he llegado demasiado tarde, o
quizá él se ha dado demasiada prisa.
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