martes, 16 de octubre de 2012

Doncella sin caballero

Recuerdo como por las noches me leía siempre el mismo párrafo, decía que le traía recuerdos de su época del colegio, la mas bonita de su vida "EN un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...". Yo esperaba que me confesase que no, que realmente lo mejor de su vida le sucedió conmigo: encontrándome, amándome, en fin. Siempre fue muy nostálgico, hasta el día que nos separamos por primera vez continuó leyéndome esa estrofa. Tenía el extraño convencimiento que lo mas, como decirlo, interesante no es la palabra, lo más oscuro que residía dentro de él sobre aquellos recuerdos, era lo que no me contaba, pero, por supuesto, yo no preguntaba. Una vez se me ocurrió intentar indagar en aquello que me rondaba por la cabeza, y válgame Dios, le salió un genio de mil demonios, así que decidí no volver a hacerlo.

Me gustaba que él pensase que un libro tan importante y célebre nos describiese, y no es sólo que él lo creyese a pies juntillas, si no que yo empecé a hacerlo también; Es cierto que en ocasiones me confesaba que le recordaba a mí, y que cuando estaba lejos con el camión, en algún lúgubre motel de carretera le gustaba leerlo y pensar en mi. Esas palabras me reconfortaban, no voy a mentir ¿A qué mujer no le sucedería lo mismo?
Cuanto tiempo ha pasado, da vértigo pensarlo. Son todo recuerdos vagos, aquellos días en que a una chica de provincias como yo la entusiasmaba que un chico joven como él, la leyese algo bonito como eran aquellas palabras, y no eran las únicas ¿eh? No creáis, siempre tuvo mucha soltura para salirse con la suya: si posaba los ojos en algo no cejaba en su empeño hasta que lo conseguía. Yo la verdad es que siempre envidié esa personalidad suya, si es cierto que sólo por momentos. Desde el instante en que nos conocimos ya comenzó a llamarme “mi Dulcinea del Toboso”. En el pueblo muchos de los chicos y chicas se burlaban y a él se le llevaban los demonios, y a veces perdía el control, pero a mí no me importaban las burlas; Decidí ignorarlas, era una Doncella, estaba por encima de los plebeyos y campesinos de la estepa manchega, jajajajaj. Me encantaba sentirme así, y él conseguía trasladarme a ese estado de placidez y de cuento de hadas.
Decidimos casarnos pronto, a él lo destinaron a Madrid con un contrato fijo y un pisito muy mono. Sólo no lo aceptaría, pero con su doncella iría a cualquier lado, ¿Cómo le iba a decir que no? Nos lanzamos a la aventura como el caballero andante que se lanzó contra los molinos...No nos importaba el futuro, sólo nuestro presente y no era otro que estar juntos. Éramos tan felices, todo era nuevo: la ciudad, la gente, incluso las decisiones ya eran diferentes, pues había que tomarlas entre los dos, aunque para ser sincera, su voz valía más que la mía a la hora de decidir cosas importantes. A decir verdad, lo de cosas importantes era relativo, ya sabéis como son las mujeres con sus cosas, toda decisión es transcendental, incluso la elección del mantel del domingo. Una vez oí una frase que resumía lo que yo sentía por entonces “El hombre toma las decisiones sobre las cosas importantes, y la mujer decide qué es lo importante”. Es buena ¿verdad? Y de hecho, así fue durante un tiempo.
Hasta que mi Caballero se desprendió de la noble armadura, y consiguió sorprenderme, en el más ridículo y aséptico sentido de la palabra. Dejó de ser para mi ese rincón donde uno se recuesta en busca de algo de paz y redención que otorga esos momentos en este mundo de locos. EL demonio le poseyó, quizá yo lo vi venir, pero el amor ciega, eso dicen ¿no? A mí no sólo me cegó el amor, yo creo que la vida no tenía demasiada fe en mi, ya que las decisiones que tomé no siempre fueron las correctas; Y a pesar de la ceguera en la que siempre he deambulado, eso sí lo sé ver ahora, justo en este momento en el que no siento nada, no veo,  la oscuridad me rodea y mi cuerpo no responde a mis llamadas, nadie contesta mis suplicas, intento exteriorizarlas, pero creo que he llegado demasiado tarde, o quizá él se ha dado demasiada prisa.

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