miércoles, 24 de octubre de 2012

El frasco



La luna alumbraba el recorrido del coche, mientras éste atravesaba el campo y aplastaba los arbustos a su paso. Buscaban el lugar concreto para llevar a cabo aquello que ninguno de los dos pensó conscientemente, y se dejaron arrastrar hacia aquello que, esperaban, les salvaría de la deriva de sus vidas, la de cada uno, pero sobre todo de la que tenían en común.
Él conducía nervioso, atento al camino que le marcaba la luna y el tenue resplandor que los faros del coche proyectaban sobre la senda de tierra. Ella le indicaba lugares propicios, él los desdeñaba; Ella le apremiaba, él, nervioso, la contradecía; Él le culpaba de su situación y ella asentía, aséptica, insensible a aquello que ya no sientes, pero que anhelas hacerlo de nuevo. Y todos esos sinsentidos seguían sin respuesta ante las dudas que les habían llevado donde ahora se encontraban, en un grito desesperado por reconducir lo que ninguno confiaba que se pudiese enderezar. A pesar de eso, su pequeña fe en lo que se suponía que debía acontecer resplandecía tan tenue como la luna que los guiaba.
Las formas fantasmagóricas de los arboles se erguían amenazantes ante ellos, las manos raquíticas de los arbustos arañaban la chapa del coche a su paso, acariciando el miedo y debilitando la seguridad en su empeño. Pero ya no había vuelta atrás, no desde ese momento; quizá un tiempo atrás la situación podría haberse replanteado, haber malgastado el esfuerzo en otra idea desesperada, pero ya era demasiado tarde. Se habían aferrado a ese plan como un naufrago lo hace al último trozo de madera que flota en el océano de la desesperanza.
Se adentraban cada vez más en las entrañas del bosque, y el camino comenzaba a hacerse intransitable, como presagio del fin de la carretera que conduce a algún lugar, donde se presupone que están las respuestas a los ruegos del que suplica. Abandonaron el vehículo y con una pala ella, una azada y una mochila él, caminaron a través de los arbustos famélicos, siendo observados por mil ojos ocultos y expectantes a lo que sucedería en ese lugar recóndito de un bosque cualquiera, en un lugar del mundo cualquiera, como si de una metáfora trágica se tratase. Eligieron un lugar en la base del árbol más imponente que encontraron, se miraron y la luna alumbró algo en los ojos de ella, que los de él capto y lo instó a cavar con una fe ya apagada hace mucho tiempo.
En poco tiempo cavó un hoyo de medio metro de profundidad, y la misma medida de ancho, mientras ella acumulaba la arena en un lateral, con la misma esperanza que los ojos de él concretaron momentos antes. Estaban nerviosos, entusiasmados, anhelantes. Soltó la azada con respiraciones cortas y atenuadas por el ruido de la bolsa de plástico que ella sacaba de la mochila, y de la que extrajo un frasco. No era ni grande ni pequeño, ni de un diseño más esmerado que otros: su particularidad residía en que contenía sus miedos, frustraciones, culpabilidades, iras y anhelos incapaces de perderse en el olvido de la memoria.
Ambos lo sostuvieron mirándose fijamente a los ojos, con la luna y el tenebroso bosque de testigos. Testigos de algo que llevan presenciando años y siglos en las bases de sus raíces, a metros bajo tierra y también en el musgo que alienta la superficie que los sostiene. Sin dejar de mirarse, depositaron el frasco en el fondo del hoyo, en un acto profano que dotó al momento de un efecto tan sagrado que convirtió el contenido del frasco en una verdad absoluta. Una vez lo acostaron en lo más profundo del agujero, donde ni la débil luz de la luna alcanzaba a alumbrar, lo cubrieron con la arena que le iba a servir de manto para su sepulcro. Cuando concluyeron, se dieron la mano y cerraron los ojos visualizando lo que iba a ser su nueva vida: sus nuevos sentimientos rodeados de todos los anhelos ansiados una vez extirpados los miedos y frustraciones de la convivencia común de su existencia, el renacer de sus deseos, un día tapiados por la culpabilidad, como antesala de una ira no brotada y enquistada. El corazón les latía tan rápido que sus manos se apretaron fuertemente; Él estaba deseoso de abrirlos y ver la cara de su nueva vida como si de un alumbramiento se tratara, pero ella tenía miedo.
Cuando sus ojos se abrieron y se encontraron, algo había cambiado. Ella entonces supo cual fue su temor. Se dio cuenta que habían enterrado todos sus sentimientos: los buenos y los malos. Enterraron la tristeza y ella arrastró consigo a su hermana la alegría; Ese afán por liberarse de lo malo de sus almas y de sus vidas, derivó en la anulación del Amor que daba sentido a todas esas frustraciones, deseos, miedos, culpas, iras y anhelos que colman la vida, ahora enterrados junto a sus opuestos. Miraron de frente al bosque que ya no era ni tan oscuro ni tan frondoso, y ante sí vieron su nueva vida.

lunes, 22 de octubre de 2012

No te rindas

 *Dedicado a Maca por mostrarme uno de los poemas mas fortalecedores que nunca he leido.
No te rindas, aun estas a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.
 
No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.
 
No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frio queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento,
aun hay fuego en tu alma,
aun hay vida en tus sueños,
porque la vida es tuya y tuyo tambien el deseo,
porque lo has querido y porque te quiero.
 
Porque existe el vino y el amor, es cierto,
porque no hay heridas que no cure el tiempo,
abrir las puertas quitar los cerrojos,
abandonar las murallas que te protegieron.
 
Vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa, ensayar el canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos,
 
No te rindas por favor no cedas,
aunque el frio queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento,
aun hay fuego en tu alma,
aun hay vida en tus sueños,
porque cada dia es un comienzo,
porque esta es la hora y el mejor momento,
porque no estais solos,
porque yo os quiero.

miércoles, 17 de octubre de 2012

La Calle Desengaño



Hay ciertos lugares en los que es difícil diferenciar si el nombre conlleva su devenir, o éste depende única y exclusivamente de quienes transitan esos lugares innombrables. La idiosincrasia misma de la zona atrae sinsentidos y gentes dotadas de un presagio que acarrea el lugar por donde sus pies transitan, y dónde se detienen a vivir ese recorrido inescrutable que es la vida.
Y me imagino el juego de si fue antes la gallina o el huevo, y entiendo que en la subconsciencia de quién dotó a una calle cualquiera con un nombre tal, el resto vino dado como si de un presagio inevitable se tratara. ¿Qué fue antes, el nombre o el devenir? No lo sé, y menos para éste lugar concreto que por momentos determinados la he paseado, admirado y denostado a partes iguales; Cierto es que no todos esos momentos han sido los mismos, pero ¿ha sido la calle siempre la misma? ¿O ella misma ha sufrido también una mutación de su Ser con el transito del tiempo?
Lo cierto es que el otro día pasee por la Calle del desengaño. Y no supe deducir lo uno o lo otro, pero si se consagró la idea en mi cabeza que la vida está llena de paradojas. El sentido de mi peregrinación a tal calle fue una celebración, de la dicha de la vida, que en su recorrido tomó tal calle como objeto de desdicha en su conjunto, sin concreciones. Entré pleno y salí desengañado. De pensar que la vida siempre es merecedora de vivirla a pesar de todo, y en su recorrido, el de la calle no el de la vida, me di de bruces con un desengaño mayor que me hizo aferrarme aún más al pensamiento de que el ser humano, en su propio engaño, en su intento de entender el sentido de todo lo que nos rodea, y del por qué estamos aquí, se engaña aún más.
Quizá sería mejor afirmar, que es la propia vida la que actúa de señuelo, o el ser humano el que propone el juego al establecer la nomenclatura vial, el presagio de lo que va a acontecer en un determinado lugar al que la vida nos llevará en un momento dado: bien como viandantes pasajeros, bien para establecer las cadenas que nos atarán a nuestro destino.
Entendí y comprendí al verla, que la calle la atrajo para sí, la sumió en su nomenclatura inevitable, y por mucho que ella hubiese deseado rebelarse y huir, no pudo, porque el poder de la calle ya la atrapó en su recorrido. A sus posibles 65 años, si no más, su rostro solo dejaba entrever la verdad de quién no ha tenido otra posibilidad que lanzarse a pasear por el asfalto olvidado por los dioses, y ofrecer su cuerpo en sacrificio; Y en ese rostro contemplé la tranquilidad y el miedo del que ha sucumbido ante un destino con nombre de calle; en su minifalda arquetípica y en su escote arrugado, lánguido e incipiente descubrí la desesperanza y la desesperación; La miré y en su ojos encontré una afirmación que a ella le hubiese gustado escupirle a la vida a la cara, Desengaño.

martes, 16 de octubre de 2012

The Treatment



La víspera del ataque el tiempo transcurría de manera lenta, no se podría decir que reposada puesto que los acontecimientos que iban a suceder no eran motivo de tranquilidad. La ansiedad tomó control, y debido a la acumulada en los meses anteriores, todo su cuerpo fue invadido por la incomodidad y tensión que se avecina ante semejante lucha.
Sus sueños siguieron la línea de guerra trazada los últimos días, meses diría: violentos, angustiosos, donde escapa de la muerte por instantes, pero lo que era casi peor, paradójicamente, es que cuanto más miedo sentía era cuando sus sueños lo convertían en juez y verdugo, ya que era él el que sesgaba aquello que en ese momento tanto deseaba, a lo que se quería agarrar con dedos de hierro: la vida.
De paradojas está lleno el mundo, de los vivos y los muertos, y antes del comienzo de la primera batalla donde la muerte iba a ser la protagonista, decidió donar vida, preservar su estirpe de posibles finales dramáticos, que en una guerra tienden a ser numerosos. Tuvo que escarbar en su imaginación en busca de la excitación, del deseo pero claro, si de paradojas hablamos, que momento más falto de sensualidad se equipara al previo a la lucha, se iguala el saber que la necesidad de ese deber que se ha llevar a cabo es tan necesario que tu descendencia depende de ello. Pero la fuerza del ser humano va mas allá del raciocinio, del deseo y la excitación, lo que se ha de hacer, se ha de hacer y punto.
Llegó con la primera luz de la mañana, esa luz blanca y radiante que nada tiene que ver con la tonalidad amarilla propia del Sol; Esa blancura le cegaba y llenaba de valor a la vez, le encumbraba a un estadio más alto del suelo; Una fuerza incapaz de palpar físicamente, pero sí de asirla con el corazón. Su pecho se lleno de esa luz y sus oídos se rebosaban de estruendoso silencio. Creyó que soñaba, miró a su alrededor, ajeno, perdido, y pensó porqué estaba él ahí. Una pequeña nube ocultó el resplandor, cortó el flujo de energía entre él y la luz que tanta fuerza le aportaba; Esa nube que nunca deseó, pero que siempre le acompañaba y, posiblemente, le acompañaría el resto de sus días, fuesen cuales fuesen los que le quedaban.
Minutos antes trató de arengar a todas sus tropas, le pertenecían, dependían de él en muchos aspectos, sabía que muchos morirían, que otros quedarían inservibles para siempre, pero de su poder y fuerza dependía la victoria de la guerra. Respiró profundo, ordenó callar al Mando Mayor y concentro toda su fuerza y confianza en la Fuente suprema; Ésta era la que iba a proveer de todo lo necesario a sus dotes de guerreros para la batalla: valor, pasión, coraje, fuerza y todas las armas necesarias para conseguirlo: hachas, machetes, lanzas, escudos… Lo segundo sin lo primero es inservible. El mando Mayor se rebelaría, él lo sabía, era cuestión de tiempo, no le gustaba que se llevasen a cabo labores de guerra sin su consentimiento y sin su aprobación. De eso estaba seguro, pero por supuesto, también tenía un plan para librarse de él, para calmarlo y sumirlo en una somnolencia tal que no interferiría.
Permanecían a las puertas de la primera batalla, consiguió que la luz blanca, fuerte y poderosa abarcase todo lo amplio del campo de batalla; eso insufló de ánimo a las tropas que ya se disponían a empuñar sus escudos para detener el primer ataque. A lo lejos se oían las maquinas enemigas ponerse en marcha. De paradojas parece que está hecha esta concreta batalla, ya que ante tantas se ha enfrentado: Él creó esta batalla, sin quererlo por supuesto, y gracias a él morirían muchos, pero de esa muerte “necesaria” nacería de nuevo la vida, una nueva y limpia, un nuevo mañana. Sin sufrimiento no hay conquista, pues en este caso la conquista será grande, solía pensar, y en eso confiaba. Otra paradoja en la que tomó su tiempo en meditar, era en la que ese mismo fuego invasor les ayudaría a matar al enemigo, pero también morirían muchos de los suyos, un “fuego amigo” con daños colaterales, por así decirlo. Con lo que tras acabar con el enemigo, tarea no muy trabajosa ni ardua, se limitarían a protegerse de ese fuego amigo e intentar no sucumbir en todos los flancos.
Antes de que comenzase el fuego amigo, ordenó a la Luz hacer un chequeo y la mandó cubrir todo el campo de batalla, de arriba abajo, centímetro por centímetro, que no quedase ni un rincón sin cubrir; La batalla había comenzado, se ordenó a la Luz blanca reforzar los flancos, el Mando Mayor aportó la concentración necesaria para que las tropas pudiesen hacer frente a batalla de semejante calado, y por supuesto, la Fuente Suprema aceleró el envío de tropas, barreras para alicatar las defensas de las tropas en cada espacio en el que se luchaba. La primera descarga hizo palpitar a todas las tropas, pero cuando el fuego abrasador hubo finalizado, todos se miraron y rieron viendo que ésta, había sido una victoria sencilla.
Tras salir de su tienda, y dejar atrás las arengas de ánimos de los batallones, se sentó y trató de relajarse, ya que sabía que sólo había sido la primera de muchas, de algunas duras y otras no tanto, de momentos de fragilidad y donde el deseo de dejarlo todo se impondría a la cordura. No quiso pensar, sólo confiar en todo lo que le rodeaba, de esa fuerza tan tremenda que acertaba a presuponer en cada uno de sus soldados: ese era el sentido de todo, en confiar en lo que le había sido dado, en todo aquello con lo que contaba para alzarse con la victoria, y así lo hizo.
El segundo día de batalla contó con algunas armas secretas, el Agua de la vida. Se encargaba de rociar a todas sus tropas antes de que despertasen, y cuando la primera luz del alba asomaba y avisaba de que era hora de prepararse, esa Agua mágica bañaría a todos y cada uno de sus soldados. Cuando el fuego abrasador les invadió de nuevo, todavía las defensas aguantaron: La luz blanca apagó algún conato de incendio, el Agua mágica hizo el resto. De momento todo iba sobre ruedas, los rugidos de sus soldados aguantando la artillería, cómo gritaban aguantando sus escudos, las fuerzas indómitas con las que esperaban el chaparrón de calor le insuflaban a él mismo una especie de ánimo divino, de aquello que no se acierta a explicar con palabras, pero que si pones la mano en el pecho lo sientes, caluroso y latente.
Las batallas se prorrogaron día tras día. Las fuerzas menguaron proporcionalmente a la hostilidad del fuego abrasador. No daba tregua, el Agua mágica seguía llegando sin descanso, las defensas no arreciaban de mandar más y mas ayuda, con origen en la Fuente suprema que bombardeaba víveres y armas por doquier. La luz Blanca lo invadía todo en los momentos más sutiles y terribles; EL mando mayor comenzaba a dar síntomas de debilidad, pero en esos momentos él tomaba los mandos y traspasaba todo el poder a la Fuente Suprema, y con su ayuda, las ordenes, ánimos y fuerzas morales llegaban a cada rincón de sus tropas, que gritaban fervientemente, sin descanso, sin un ápice de cansancio ni desmoralización.
A medida que los días pasaban, lo que tan fácil parecía, ese ánimo tan esencial fue mermando, se iba agotando como el agua en un cubo roto, despacio pero imparable; Se estaba ganando la guerra, sin duda, pero odiaba esa falta de rigor, de carisma del Mando Mayor, que siempre se encargaba de describirlo todo con falsos decaimientos, y no dotaba de moral a las tropas, tantas veces dudaba de él, que hacía bien en trasladar todo el poder a la Fuente suprema. Nunca había conseguido confiar en ella plenamente, de hecho esta guerra le enseñó eso entre otras muchísimas cosas: La pasión siempre es más útil que la razón.
Y de esta manera pasaron los días, toda su energía se iba en insuflar ánimos, en no decaer; las buenas noticias llegaban, pero también iban menguando las fuerzas de sus soldados, pero el grueso de los batallones aguantaban estoicamente, danzaban con el fuego aún a sabiendas de que probablemente sería lo último que hiciesen, pero era lo que se esperaba de ellos y para lo que tanto se habían entrenado durante años.
Grandes devastaciones causó el Fuego abrasador, muchos cayeron. De los enemigos todos, de los amigos muchos, pero se ganó la batalla. Hubo cantidades ingentes de heridos, quemaduras, y con el tiempo se sabrá el alcance de los daños, pero él sabía que se hizo lo que se tuvo que hacer, que los daños sería nimiedades en comparación con lo que se había conseguido. Hizo lo correcto en confiar en sus tropas, dotadas de la fuerza y rabia que hacía falta, de las ganas brutales e imparables de que el Mal no venciese y el cambio llegase a la vida de todos, puesto que esta guerra supondría un giro radical, una rebelión que había sido acallada y la cuál había enseñado a todos y cada uno de ellos el valor de la lucha, de la fe, de la confianza en todo aquello que surge de la pasión por la vida.
Ciertas cosas no cambiarían jamás, las altas esferas continuarían en el mismo lugar, pero si ellos, el brazo ejecutor de las ordenes confiaban en quién debían, podrían con cualquier enemigo sin lugar a dudas. Y por supuesto confiaban en su Comandante, él los había llevado a esta guerra que nadie quiso, pero que tampoco se pudo evitar, un mal necesario se diría en los libros de historia; Algo que hubo de suceder para levantar al pueblo en armas, para abrir los ojos y ver que para que todo continuase siendo igual, todo tendría que cambiar; La evolución de lo esencial, la vida en estado puro es lo que aguardaba tras el humo gris del Fuego abrasador en ciernes de extinguirse.

Doncella sin caballero

Recuerdo como por las noches me leía siempre el mismo párrafo, decía que le traía recuerdos de su época del colegio, la mas bonita de su vida "EN un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...". Yo esperaba que me confesase que no, que realmente lo mejor de su vida le sucedió conmigo: encontrándome, amándome, en fin. Siempre fue muy nostálgico, hasta el día que nos separamos por primera vez continuó leyéndome esa estrofa. Tenía el extraño convencimiento que lo mas, como decirlo, interesante no es la palabra, lo más oscuro que residía dentro de él sobre aquellos recuerdos, era lo que no me contaba, pero, por supuesto, yo no preguntaba. Una vez se me ocurrió intentar indagar en aquello que me rondaba por la cabeza, y válgame Dios, le salió un genio de mil demonios, así que decidí no volver a hacerlo.

Me gustaba que él pensase que un libro tan importante y célebre nos describiese, y no es sólo que él lo creyese a pies juntillas, si no que yo empecé a hacerlo también; Es cierto que en ocasiones me confesaba que le recordaba a mí, y que cuando estaba lejos con el camión, en algún lúgubre motel de carretera le gustaba leerlo y pensar en mi. Esas palabras me reconfortaban, no voy a mentir ¿A qué mujer no le sucedería lo mismo?
Cuanto tiempo ha pasado, da vértigo pensarlo. Son todo recuerdos vagos, aquellos días en que a una chica de provincias como yo la entusiasmaba que un chico joven como él, la leyese algo bonito como eran aquellas palabras, y no eran las únicas ¿eh? No creáis, siempre tuvo mucha soltura para salirse con la suya: si posaba los ojos en algo no cejaba en su empeño hasta que lo conseguía. Yo la verdad es que siempre envidié esa personalidad suya, si es cierto que sólo por momentos. Desde el instante en que nos conocimos ya comenzó a llamarme “mi Dulcinea del Toboso”. En el pueblo muchos de los chicos y chicas se burlaban y a él se le llevaban los demonios, y a veces perdía el control, pero a mí no me importaban las burlas; Decidí ignorarlas, era una Doncella, estaba por encima de los plebeyos y campesinos de la estepa manchega, jajajajaj. Me encantaba sentirme así, y él conseguía trasladarme a ese estado de placidez y de cuento de hadas.
Decidimos casarnos pronto, a él lo destinaron a Madrid con un contrato fijo y un pisito muy mono. Sólo no lo aceptaría, pero con su doncella iría a cualquier lado, ¿Cómo le iba a decir que no? Nos lanzamos a la aventura como el caballero andante que se lanzó contra los molinos...No nos importaba el futuro, sólo nuestro presente y no era otro que estar juntos. Éramos tan felices, todo era nuevo: la ciudad, la gente, incluso las decisiones ya eran diferentes, pues había que tomarlas entre los dos, aunque para ser sincera, su voz valía más que la mía a la hora de decidir cosas importantes. A decir verdad, lo de cosas importantes era relativo, ya sabéis como son las mujeres con sus cosas, toda decisión es transcendental, incluso la elección del mantel del domingo. Una vez oí una frase que resumía lo que yo sentía por entonces “El hombre toma las decisiones sobre las cosas importantes, y la mujer decide qué es lo importante”. Es buena ¿verdad? Y de hecho, así fue durante un tiempo.
Hasta que mi Caballero se desprendió de la noble armadura, y consiguió sorprenderme, en el más ridículo y aséptico sentido de la palabra. Dejó de ser para mi ese rincón donde uno se recuesta en busca de algo de paz y redención que otorga esos momentos en este mundo de locos. EL demonio le poseyó, quizá yo lo vi venir, pero el amor ciega, eso dicen ¿no? A mí no sólo me cegó el amor, yo creo que la vida no tenía demasiada fe en mi, ya que las decisiones que tomé no siempre fueron las correctas; Y a pesar de la ceguera en la que siempre he deambulado, eso sí lo sé ver ahora, justo en este momento en el que no siento nada, no veo,  la oscuridad me rodea y mi cuerpo no responde a mis llamadas, nadie contesta mis suplicas, intento exteriorizarlas, pero creo que he llegado demasiado tarde, o quizá él se ha dado demasiada prisa.

jueves, 11 de octubre de 2012

La escena del crimen

Ultimamente me sucede que vuelvo a lugares donde han sucedido acontecimientos importantes en mi vida, que, de alguna manera, han cambiado mi destino. Y me siento como el criminal que vuelve a la escena del crimen, a ese lugar donde han sucedido eventos indelebles, por lo menos para la mente del criminal, y por supuesto para la de la víctima; Y en este punto es donde no tengo claro en que lugar me encuentro.
Camino por esos pasillos con recuerdos del día de autos. La luz clara del pasillo, los asientos, las batas blancas, el malestar en el estomago y el deseo de que todas esas sensaciones no sean motivo de preocupación, hay que seguir el plan establecido. Las sillas, la pantalla de los turnos y la terrible y espesa espera. La conversación vacua útil sólo para alejar pensamientos menos vacuos, cargados de temor que intentan aludir a una fortaleza que en otros momentos siempre fue tan necesaria.
Imagino que el criminal, cuando visita por una causa u otra esos lugares debe de tener el setnimiento remoto, y ahora inalcanzable, de lo que con una decisión, puede cambiar el devenir de los acontecimientos. Quizá sea esa la diferencia esencial entre la posición de criminal en la misma escena, y la de victima; ésta útlima de ninguna manera hubiese podido escabullirse de su destino, ¿ O quizá si?. Hay detalles visuales que una victma nunca olvidará, o probablemente, ni siquiera ella misma será consciente de donde vienen esos miedos.
Sólo números que parpadean en la mente, sobre fondo blanco "LO2281" sala 209. Son pequeños detalles que traen consigo una maleta cargada de recuerdos que ni uno mismo es realmente consciente de querer reconocerlos, hacerles un hueco en el amplio espectro de la memoria recóndita. Pero ellos se establecen, como en la mente del criminal imagino, aunque con diferente connotación, diferente finalidad, y, por supuesto, diferentes consecuencias.
Un número, unas fechas, unas palabras que describen algo, no sé muy bien qué, y por supuesto que me afecta de tal manera, que en ese momento reconozco que soy la víctima de un efecto. Y también el criminal portador de la mente que dispara, que no hace prisioneros e intenta quedarse sola, a la deriva de un mar de dudas donde la calma siempre precede a la tempestad, y ésta se deja mecer por aquella en momentos de vigilia.
Y en un momento, me reconozco de nuevo, y veo que he pasado de criminal, a víctima y acto seguido me he convertido en algo que ahora mismo me es imposible describir. No tengo la sensación de culpa o del poder ferreo que conlleva ser criminal, cargado con ese martillo de decisión mal tomada; Pero tampoco siento el temor banal, el miedo insomne de la víctima pertrechada en su destino, alejada de un camino que no eligió por una decisión que ella no tomó. Me siento como el remero que surca mares plagados de tempestades que acunan calmas lejanas, como el que adivina que en su devenir puede que las olas le hundan, pero también comprende que sólo con desearlo y pelearlo, no tiene porque suceder.
Y camino de nuevo por varias escenas de crimenes cometidas en mi alma, necesarios para enderezar lo que la insconsciencia no pudo, pero la consciencia ha tenido que tomar su relevo, y cobrándose un precio: como todo crimen, nunca sale gratis.